¿Qué tal? ^^

lunes, 7 de junio de 2010

¿Por qué?~Reflexiones de un toro de lidia


El campo, la tierra, la hierba fresca y verde y la tibia sombra. El paraíso para cualquier ser vivo. Una vida plácida, tranquila, donde pastar y dormir era primicia. Donde ser feliz no era ninguna locura.

El cielo azul, las nubes rozando el Sol, jugando con él en un delicado baile de máscaras, mientras las encinas se estremecen con la suave brisa de primavera. Comienza la estación estival, donde el jolgorio y la alegría son frecuentes en cualquier pueblo de este país que mi señor amo insiste en llamarlo "España". Yo, un toro de lidia, prefiero llamarlo mundo. El mundo es más grande que un país, más pacífico, más feliz.

El mundo es todo lo que necesito. Ni banderas, ni himnos, ni escudos. Sólo campo, tierra, hierba fresca y verde y la tibia sombra de una encina.


Pero los días se hacen noche, las noches días, pasando el tiempo. Pronto, llegará de nuevo mi señor amo. Todos los años, en esta época, nos reúne a todos para comprobar que ningún congénere falta. Luego, volvemos al campo, a seguir pastando, brincando y creciendo en libertad.

Un hombre grande, cuadrado de hombros nos llama. Mi pereza me obliga a pensármelo dos veces antes de, con un fuerte mugido molesto, me acerco. Trae su camioneta, y viene acompañado de un par de hombres más. Como todos los años.

Comienza a contarnos, a comprobar cada toro, observándonos las orejas, el rabo, el lomo, el pelaje, el hocico... Todo. Lo llega a hacer con ternura, mientras mis compañeros se dejan, con más o menos reticencia.

Pronto me llega el turno a mí. El hombre se sonríe al mirarme. Me obliga a levantar la cabeza, mirándome a los ojos. Bufé, pero él ni se inmutó, mientras me acaricia los pitones, comprobando la fuerza de los mismos.

Orgulloso y arrogante como soy, alzo aún más la cabeza, enseñándole mi porte regio, mi temperamento de rey, mi temple de hierro. Un general de los grandes bovinos. Un toro de lidia.

Mas, algo no iba bien. De repente siento cómo me colocan algo alrededor del cuello, una soga que me ahoga, a pesar de no estar tensa. La odio, más aún cuando tiran de mí, a través de esa soga, que pronto se tensa, aplastando mi grueso cuello.

Pero yo me resisto, no quiero ir a donde sea que me quieran llevar. ¡No, no! Con un fuerte mugido, un par de bufidos y varias cocer, miro hacia atrás, observando mi campo, mi tierra, mi verde y fresca hierba, mi sombra bajo las encinas. ¡No quiero irme! Mujo. ¡No quiero irme! Gimo. ¡No quiero irme! Bufo. Pero de nada sirve.

Desde los barrotes de la ventanilla de la furgoneta, puedo ver alejándose a las encinas, sus sombras, las nubes bailando con el sol... y mis compañeros, pastando tranquilamente, otro año más, hasta la época festival del que viene.


Los días pasan, y no salgo de aquí. Estoy mareado, confuso, asustado. No sé dónde me encuentro, no sé qué hago. Sólo sé que soy un toro de lidia, que no para de mirar por la ventana. Hace soles que no veo una encina, ni sombras tibias, ni hierba fresca. Solo un suelo demasiado gris y tierra yerma por todos lados. Los mugidos no sirven de nada. ¿Estaré condenado a vivir aquí para siempre?


Pero algo cambia en el paisaje gris y monótono, y comienzo a ver árboles muy extraños y altos. En vez de copa, tienen una tapa plana, de la que a veces sale humo, como si en el interior de su tronco hubiera un tremendo incendio. En las raíces hay un enorme hueco, perfectamente definido, al igual que en la parte alta del tronco, pero más pequeño. De esos huecos, se asoman hombres, tales como ardillas. Los árboles de los hombres aparecen una y otra vez, cada vez más altos y más extraños, con más hombres-ardillas por todas partes.

Y me asusto más. ¿Dónde estoy? Mis mugidos se multiplican.


Aun así, llegamos a un árbol muy extraño, aún más que los de los hombres-ardilla. Es circular y muy blanco. La furgoneta entra en ese árbol gigantesco, y me lleva a un hueco del árbol, con más barrotes y paja.

Estoy enfadado. Estoy enfadadísimo. Pero eso no hace más que aumentar el deleite de mi señor amo y su cuadrilla de hombres, que cuentan unas hojas de varios colores, que tienen un gran valor para estos humanos (¡qué raros que son!). Entonces, siento cómo alguien me pega un golpe por detrás con una vara, y voy a por él, pitones en ristre, dispuesto a ensartarlo como se merece.

Mientras allá fuera, oigo vítores y gritos de júbilos. Y aquello me pone más y más furioso.


De repente, alguien me abre un portón. La luz me ciega, pero me da igual. Soy un toro de lidia, y voy a hacérselo pagar caro.


Con un poderoso mugido, salgo corriendo de la jaula, para encontrarme de lleno en el centro de un enorme claro, rodeado por miles de hombres asomados a ese claro, que está rodeado por el árbol gigantesco. Saltan, gritan, aplauden... a un hombre que me dio mucho miedo. Iba vestido de forma ridícula y extraña, con un sombrero estúpido y una capa roja. Y un pincho.


Pero no me iba a amilanar, no. A los toros como yo, no nos asustan los hombres ridículos. Él levanta los brazos, como imitándome, haciéndome burla, intentando que esos raquíticos brazos se parezcan a mis imponentes cuernos, que enfrento a él, mientras araño la arena, en modo de amenaza. Bufo, sintiendo mi morro revolotear por mi aliento, antes de lanzarme a destrozar a ese descreído que había osado burlarse de mí. Voy a insertarle mis dos cuernos, justo en el vientre, para que se entere. Estoy muy cerca de matarlo, estoy cada vez más cerca de vengarme, de hacerle pagar lo que me ha hecho sufrir... ¡Pero se va! ¡Me evita!


Y un dolor agudo, el más horrible, esperpéntico y agónico que he sentido en mi vida, me atraviesa el lomo, comenzando a sentir mi cálida sangre chorrear por la herida. No sé qué es lo que tengo en la espalda, pero me encuentro en una encrucijada: si arremeto de nuevo contra el hombre que me había clavado aquello, la herida me dolería aún más: apenas puedo moverme del dolor. Siento cómo ese pincho me hurga bajo la piel, levanta mis músculos buscando mi columna. Mujo, con rabia e impotencia, pero no me doy por vencido.


Lo encaro de nuevo, y esta vez, con el odio más descomunal latiendo en mis ojos, busco otra vez su cuerpo, jurándome que esta vez, no se libraría de mí. Soy capaz de sentir su carne chocar contra mi cabeza, notar cómo mis cuernos rasgan su piel hasta atravesarlo. Puedo sentirme seguro tras hacerlo... Pero me temo que ese momento jamás llegaría, porque una vez más, el hombre se me escapa, clavándome otro cuchillo, justo en el mismo sitio de antes. El flujo de sangre se multiplica, y, con un agudo dolor, un agónico mugido y la lamentable pero gran certeza de que voy a morir, de que no volveré a ver mi campo, mi tierra, mi hierba verde y seca y mi tibia sombra bajo las encinas que se estremecen bajo la brisa estival, siento que empiezo a perder la movilidad en mi patas traseras, cómo me tiemblan los tobillos. Mujo de dolor, y siento que se me desgarra el alma cuando, montando a caballo, veo cómo ese hombre se me volvía a acercar, con la alegría de la victoria brillando en su mirada orgullosa, soberbia, arrogante, ruin y cruel. Le veo con una espada, afilada y perfectamente pulida. Mis ojos tristes se reflejan en su envés.


Entonces, su filo me atraviesa una vez más el lomo, y definitivamente, pierdo la movilidad en todo mi ser. Y, silenciosamente, lánguido y rendido caigo al suelo, ensangrentado. El galante hombre baja de su caballo, y me mira a los ojos. En ellos, sólo veo dolor, crueldad y sadismo.


Poco a poco, siento que mis pulmones, al no recibir las órdenes de la columna, ya muerta y marchita, van dejando de funcionar. Mi corazón apenas bombea sangre. Mis músculos ya no duelen, pero sé que si los sintiera, no dejaría de mugir de dolor. Pero ya da igual, porque, poco a poco, y por suerte, voy cayendo en un sueño tranquilo y profundo, recordando mi campo, mi tierra, mi hierba fresca y verde y mi sombra tibia bajo las encinas, mientras una pregunta me quema la mente, apenas consciente: ¿Por qué?


Un rayo de luz ilumina mi cabeza con una respuesta clara: ¡Ah, sí! Porque soy un toro de lidia.







Este toro de lidia ha tenido la suerte de no llegar vivo al momento en el que les cortan las orejas y el rabo. Algunos toros están vivos durante esa matanza en la que sienten cómo les arrancan partes de él, cómo son arrastrados por la plaza como Aquiles hizo con Héctor tras humillarle delante de toda Troya. No verá cómo los verdaderos animales vitorean al torero, ni cómo abuchean al toro. Por suerte para él, el sufrimiento ya ha terminado.

Pero hay muchos más animales inocentes que tendrán que sufrir este infierno, y que, seguro no tendrán tanta suerte.


Di no a los toros, a esta fiesta bestial, sacada de las persecuciones romanas a los cristianos.


¡LA TORTURA NO ES CULTURA! ¡Que los extranjeros no vean a España como un país tercermundista en cuestión a derechos de los animales! ¡Que no sea la fiesta más brutal de nuestro país un símbolo internacional de nuestra tierra!


Todos los años, el gobierno dedica 564 millones de euros para los toros. Con ese dinero, se podría mantener durante un año entero diez quirófanos de urgencias en un hospital. Cada español paga al año para mantener esta aberración 47 euros, siendo más del 70% los que pasan olímpicamente de esta "fiesta" sádica.


FÉLIX RODRÍGUEZ DE LA FUENTE, el más amado biólogo y naturalista español, que hizo amar la naturaleza a miles de jóvenes de España, al que cientos de ciudades le han dedicado una estatua, dijo una vez "Ni como naturalista ni como biólogo puedo ser partidario de las corridas de toros. Los carnívoros matan porque no saben alimentarse de otro modo, matan porque lo necesitan para vivir. Es asombroso que exista un público que disfrute y sienta placer viendo como un hombre mata a un animal en la plaza de toros. La mal llamada fiesta nacional es la máxima exaltación de la agresividad humana".